Con la llegada de febrero vienen
a mi mente aquellas anécdotas que contaban mis padres Inés y Giles.
Ël decía que los chiquillos de
su época se divertían echándose talco y agua perfumada (o chisguetes)
proveniente de unas botellas con los nombres de “Amor de Colombina” y “Pierrot”.
Mi imaginacióm volaba al
pasado.
Qué rico el mambo
Mi madre, en cambio, recordaba
las grandes y famosas fiestas organizadas en el parque municipal de Barranco.
Ella deslumbraba con un disfraz de hawaiana confeccionado por la abuela Isabel.
Muy alegre, nos decía a mi y mi hermana Guadalupe, que llegó a contonearse al
ritmo del mambo con la orquesta del mismísimo Dámaso Pérez Prado. Ni más ni
menos.
Ella asistía al baile general,
el del pueblo. Afuera, en la calle detrás de las rejas, su hermano –el tío
Cucho– marcaba su dedo índice en la muñeca, como recordándole que era la hora
de retirarse. Mi madres hacía caso omiso y se perdía entre los danzantes. Tenía
que disfrutar del jolgorio hasta más no poder. Total, vida solo hay una. Y
carnavales también (A.A.V. / Foto: internet).